En mitad del mar de Bering, que une dos continentes, a más de 300 kilómetros de Siberia y de los asentamientos humanos más cercanos, está asentada la isla San Mateo, quizás el lugar más remoto del estado de Alaska. Posiblemente uno de lo lugares del planeta más solitarios y vírgenes que hay, y que ningún ser humano ha sido capaz de conquistar.
La periodista Sarah Gilman escribe en Hakai Magazine que “las montañas curvas y sin árboles se amontonan en su superficie, hundiéndose en acantilados repentinos contra los que las olas chocan”.
En realidad, se trata de un archipiélago, ya que viene delimitada al norte por una isla que recibe el sobrenombre de Hall y, al sur, por otra de dimensiones diminutas que en los mapas viene nombrada como Pinnacle Rock. En total, tiene una superficie de 357 kilómetros cuadrados.
En el lugar no hay asentamientos humanos básicamente por su clima tan hostil: “Las tormentas azotan regularmente esta costa con toda la fuerza del océano abierto”, asegura Gilman. “Hasta 300 osos polares solían pasar el verano aquí, antes de que rusos y estadounidenses los comenzaran a cazar a finales del siglo XIX”. Los únicos restos de civilización que quedan se remontan a épocas históricas, sobre todo de los clanes thule e innuit, habitantes de la zona noroeste de Alaska.
“Antes de la invasión europea, los pueblos indígenas vivían, cazaban y gestionaban la mayor parte de las tierras salvajes del continente”, sostiene la periodista. “En América del Norte, mucha gente piensa que estos lugares de naturaleza salvaje quedan fuera de la acción humana”. Lo que sucede con la isla St. Matthew es que es tan pequeña y está tan apartada de la zona territorial de Alaska, que ni siquiera hay indicios de que los indígenas hicieran asentamientos muy duraderos en el tiempo.
Dennis Griffin, un arqueólogo que lleva estudiando la isla desde 2002, descubrió hace poco lo que parecía ser un pozo o los restos de una casa abandonada. Sin embargo, después de muchos análisis y pruebas, ha llegado a la conclusión de que fue habitada de forma esporádica en el tiempo por marineros que se toparon con sus costas de manera accidental. Ningún ser humano ha llegado a permanecer mucho tiempo en su superficie.
En algún momento, hace miles de años, San Mateo fue un gran sistema montañoso, un punto de referencia en el subcontinente de Beringia, que unía América del Norte con Asia. “Luego, el océano se tragó la tierra”, asegura Gilman. “El teniente Ivan Synd de la armada rusa creyó que fue el primer ser humano en encontrar la isla más grande del archipiélago, en 1766, y la llamó en honor al apóstol cristiano San Mateo”.
Fue a principios del siglo XIX cuando San Mateo empezó a ser un punto a tener en cuenta en los mapas, sobre todo por los comerciantes de pieles, que muchas veces acudían a la isla en busca de osos polares para hacerse con su materia prima. Sin embargo, muchos de ellos murieron de escorbuto, una enfermedad causada por la falta de vitamina C en el organismo. Cuando el naturalista Henry Elliott visitó la isla en 1874, se encontró frente a frente con muchos osos pardos: “Juzgue el lector nuestro asombro al encontrar cientos de grandes osos durmiendo perezosamente en agujeros cubiertos de hierba o desenterrando raíces, comiendo como cerdos”, escribía en sus memorias, recopiladas por Gilman.
Uno de los sucesos que más recuerdan los habitantes de Alaska fue cuando el buque ártico Great Bear encalló en las costas del Pinnacle en 1916. La tripulación decidió asentarse en San Mateo, la isla mayor, para esperar ayuda. “Uno de los marineros se las apañó para construir una especie de transmisor y cada noche trepaba a un acantilado para enviar llamadas de emergencia”, narra la periodista en su artículo. “Después se rindió al ver que el aire empapado interfería continuamente en su funcionamiento”. Finalmente, después de 18 días, fueron rescatados.
Otro de los episodios más célebres que se dieron cita en San Mateo fue durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los militares estadounidenses pasaron un invierno en su territorio. Era 1943 y la guardia costera de Estados Unidos estableció una base militar con el objetivo de ayudar a los aviones de combate y buques bélicos a orientarse en el Pacífico. Lo que sucedió fue que “la capa de nieve llegó hasta los ocho metros y las ventiscas duraban diez días de media”, relata Gilman. De ahí que la ocupación militar no durase mucho tiempo, ya que las condiciones de habitabilidad eran mínimas.
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