Nos olvidarnos de quiénes somos realmente, y para saber quiénes somos y qué necesitamos, es necesario un espacio silencioso y soledad para la instrospección y conocerse bien.
Las personas que se exigen demasiado en ocasiones exceden sus propios límites. Por lo general, es porque tienen metas muy ambiciosas, que no les dejan tiempo para el ocio, lo que redunda en una insatisfacción continua.
Una catarata de emociones donde la decepción interna y profunda se convierte en una voz devastadora que les recuerda de manera permanente que no han llegado al 100%.
Nos puede pasar a todos. A veces queremos hacer tantas cosas que nos autoexigimos constantemente por ser mejores profesionales, más productivos, conseguir grandes éxitos a temprana edad, llegar a todo y, además, hacerlo perfecto. Buscamos motivación continua para esforzarnos más por llegar a nuestra meta hasta un punto en que llegamos a compararnos con otros y a creer que solo seremos felices si logramos el objetivo impuesto por un rol social y no por nosotros mismos, publica ABC.
Irene López Assor, psicóloga y autora de “10 obstáculos que te impiden ser feliz”, asegura que este tipo de personas elevan su nivel de obligaciones reales y no reales, creyendo que todo depende de ellos: “Creen que la felicidad de los demás depende de sus actos y controlan todo tipo de detalles y actuaciones, así como sus consecuencias, cuando la mayor consecuencia de todo esto es la no conexión con sus emociones o sus sentimientos”.
La autoexigencia se produce porque nos sentimos útiles y dicha utilidad nos lleva a algún sitio correcto, aunque la mayoría de ocasiones sea a la insatisfacción: “Aunque lleguemos a la meta, nunca es suficiente para nosotros. En nuestro cerebro rígido esta la frase: ‘No es suficiente lo que hago’ y, por lo tanto, vamos hacer muchas cosas para sentirnos útiles frente a una sociedad que percibimos juiciosa”, advierte López Assor.
La experta alerta que cuando esto sucede la ansiedad se dispara. Y es que estamos a la orden de la exigencia, de la norma, de lo que nuestros padres nos han exigido, lo que la sociedad nos ha enseñado o lo que los demás esperan de nosotros.
Lo que debemos hacer para dejar de ser exigentes con nosotros mismos es ser más flexibles. Y como no podemos empezar nada sin un buen autoconocimiento, hay que analizar bien qué parte de la exigencia viene de nosotros y qué parte del entorno.
“Es muy importante tener claro cómo ha sido nuestra educación en referencia al tema de la exigencia y responderse las siguientes preguntas: ¿Cómo nos educaron nuestros padres? ¿Cómo fue la educación en el colegio? ¿Cómo se nos exigía de niño en relación a los amigos y resto de la sociedad?”, dice Irene López.
El pensamiento rígido va a hacer que de manera automática anticipemos todo de una forma muy negativa, porque creemos saber el resultado y lo damos por hecho. ¿Qué es lo que se tiene que hacer? Hacer una lista y poner todo lo que se tiene que realizar, marcando cuáles son las prioridades pero recordando que hay una prioridad que no podemos dejar de lado: el tiempo de descanso y de no hacer nada, aunque sea media hora.
“Si lo ponemos en una lista iremos tachando lo que estamos consiguiendo, y nos daremos cuenta de cuántas cosas no hacemos porque las postergamos y no damos la prioridad que tienen realmente”, anima la especialista.
Y agrega que, “con los errores aprendemos a saber por donde no tenemos que volver a pasar. El error tiene su utilidad, no es un enemigo, en un aliado, necesario para aprender el camino correcto. Prueba a reírte en el proceso de ensayo-error. Si nos caemos, nos levantamos y lo volvemos a intentar pero añadiendo alguna variable que no se introdujo en el primer momento. Si hacemos las cosas siempre igual, el resultado será siempre el mismo”.
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