Hablar de la muerte no es un tema fácil. Hacerlo con niños aún lo es menos. Ellos tienen algunas preguntas que, por simples que parezcan, puede costar mucho responder, como cuando, con su directa sencillez preguntan: “¿Me voy a morir yo?”. Lo más importante es que, para comenzar, seamos capaces de afrontar esta conversación y no dejarla para más adelante.
Si conseguimos trasladar a los pequeños la importancia de la vida, serán capaces de tener mayor conciencia de lo que significa la muerte. No se trata de quitarle trascendencia al hecho de que un día morirán, pero sí hacerles comprender que no deben preocuparse por ello y que es algo más de lo que tendrán que pasar en la vida.
Niños y muerte
Sinceramente, parece más fácil decirlo que hacerlo, pero hay maneras de llevar a cabo esta tarea. La psicóloga Shlomit Kirsch, especializada en el trato con niños y jóvenes, explica a Parents que “a menudo es mejor seguir su ejemplo y dejar que dirijan la conversación en función de las preguntas que tengan”.
En el mismo sentido de expresa Karl Rosengren, profesor de psicología y ciencias cognitivas y cerebrales de la Universidad de Rochester: “Lo que sabemos es que las preguntas de los niños se utilizan para llenar los vacíos en sus conocimientos. Los niños comienzan a hacer preguntas sobre la muerte desde los 2 o 3 años de edad”. Por eso, pide a los padres que sean honestos.
De hecho, pone como ejemplo a México y la cultura de la muerte que, para ellos, es mucho más cercana, incluso desde niños: “A menudo tratamos de escondernos de la muerte y no tenemos la energía emocional o cognitiva para manejar las preguntas de nuestros hijos”. Mientras en otras culturas, hablar de la muerte, también con los pequeños, es más natural.
El consejo que da el profesor Rosengren, que lleva más de 20 años analizando la comprensión que los niños tiene de la muerte, es no tomar decisiones a la ligera: “No reacciones demasiado rápido. Para que esto tenga éxito, los padres deben participar activamente en pensar en lo que quieren lograr como padres”. Y para conseguirlo, es necesario primero saber qué es lo que los propios padres piensan de la muerte teniendo en cuenta sus sentimientos religiosos, por ejemplo.
Qué decir a los niños
Cuando se afronta esta conversación, lo primero es ayudar a los niños a sentirse seguros. No podemos permitirnos que una pregunta sobre la muerte desemboque en un miedo aterrador a lo desconocido. Por eso, la doctora Kirsch recomienda “ser honesto, pero ofrecer información acorde a su nivel de desarrollo. Recuerde ofrecer tranquilidad al final de cada pregunta con un recordatorio de que no espera que su hijo experimente esto durante mucho, mucho tiempo y que está a salvo”.
Parece una obviedad, pero es muy importante escuchar al niño para saber qué es lo que realmente le preocupa y, por tanto, responder sus preguntas para que se sienta seguro. De hecho, Karl Rosengren señala que “a menudo, los padres no responden a la pregunta real que el niño ha hecho. Hacen esto en parte como un atajo para alejar la conversación de la muerte, o para centrarse en que el niño se sienta seguro, asumiendo que no pueden afrontar la muerte”.
Eso nos lleva al siguiente consejo de la psicóloga Shlomit Kirsch: “Es útil ser claro, directo y conciso para no confundirlos. Evite eufemismos, como ‘están descansando en paz’, ‘se fueron’, ‘ellos están en el cielo cuidándote’, ya que esto puede confundir a los niños”. Pueden ser respuestas válidas para quienes tienen ciertas creencias religiosas, pero pueden llevar a equívoco a los pequeños.
Y para ponerse al nivel de los pequeños, un buen truco es recurrir a alguna experiencia cercana: “Se pueden aprovechar oportunidades como las que proporciona una planta, un mosquito o un personaje de un libro o una película que haya muerto para explicar el concepto de que todos los seres vivos eventualmente mueren”. Pero es importante que los niños sepan que, para que eso suceda, hay que estar “muy, muy, muy enfermo antes”.
Por último, los expertos coinciden en señalar dos cuestiones importantes: por un lado, no debemos esperar la misma respuesta en todos los niños, porque cada uno reaccionará de una manera y tan válida es una respuesta como otra; por otro, no es imprescindible responder a todas sus preguntas y se les puede decir un “no lo sé” a algo determinado porque los padres, al fin y al cabo, no siempre lo saben todo.
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